PARTICIPANTES
Margarita Echeverry: Docente de psicología y ciencias políticas, enmarcada en la línea de investigación psicosocial.
Marcela Rodríguez: Docente de psicología, vinculada a la línea de investigación psicosocial. Hace parte del equipo de trabajo de la Universidad Nacional de Colombia que pretende entender el conflicto armado desde lo psicosocial.
DISCUSIÓN
Partiendo del hecho de que entendemos el desarraigo, no como una categoría, un concepto o un nombre llamativo, sino como una experiencia de vida, que incluso puede acabar con la vida misma o el sentido de esta. Invitamos a nuestras ponentes a partir de ahí, de lo que han experimentado como mujeres, colegas, investigadoras y psicólogas.
Toma la palabra Margarita Echeverry, quién recibe toda nuestra atención, no sólo porque tenemos interés en escuchar lo que tiene por decir, sino porque abre el conversatorio con una voz apasionada, incluyendo a todos los participantes con la mirada.
Desde el inicio invita a pensar el tema, desde el sujeto mismo que lo vive. Pues si partimos del hecho de que el sujeto es comprendido desde sus relaciones con la tierra, el territorio y los otros, el desarraigo, es entonces, la ruptura del sujeto con su cotidianidad. Por lo cual, cuando de analizar fenómenos migratorios se trata, no podemos desconocer las variables de origen y destino, que más allá de ser variables, son relaciones y procesos rotos, en construcción o inexistentes, que varían según el contexto.
Por lo tanto, el desplazamiento, en su mayoría de mujeres Afro del pacífico, hacia Antofagasta-Chile, no es un mero movimiento poblacional, por el contrario, se trata de un desplazamiento forzado que trasciende fronteras, porque aquí ya agotaron todos sus recursos. Más que una experiencia migratoria es una “descampenización” que implica el desarraigo de las prácticas del sujeto con su territorio de origen. Que, para no ir muy lejos, se evidencian en las prácticas de salud que se ven forzadas a modificar, pues su destino está lejos de ser el campo colombiano que produce diferentes plantas para cuidar y curar a los suyos, es por el contrario “un peladero que se dedica a la minería, es La Perla del Norte”.
¿Por qué migran? Por las dinámicas de los mercados internacionales. Corremos en lugares y hacia lugares que nos guía y configura el mismo capital, no sólo es el detonante del conflicto armado. Por lo cual de donde partimos y hacia dónde vamos, profundizando en las relaciones de poder que los determinan, nos ayuda a pensar el fenómeno migratorio y la experiencia del desarraigo, como algo que vive el sujeto pero que se produce en y a causa de ciertas condiciones sociales.
Se convierte, entonces, en fundamental pensar el desarraigo no como una categoría que enmarca una experiencia, es más bien, experiencias del desarraigo, lo que se debe investigar, pues lo vivimos y resistimos de diferentes formas.
Y en esas condiciones de relativismo, e diversificación y multiplicidad de sentires, Marcela Rodríguez, pone sobre la mesa, un elemento más, lo institucional del desarraigo. Pues en términos contextuales del país, de reconocimiento y reparación de víctimas, debemos iniciar llamando la atención sobre que estos migrantes internacionales, no son individuos que por decisión propia cambiaron de lugar de residencia, son producto del desplazamiento forzado, a los cuales se les ha vulnerado el derecho a desarrollar el sentido de su vida en el territorio que desean, no sólo porque salieron de sus hogares, es porque tampoco encuentran la forma de reconstruir sentido en el país de destino.
Lo que indica que el desarraigo es un proceso de desafíos, que no sólo son emocionales, también administrativos, que pueden hacer mucho más tedioso el mismo existir. En tanto, los lugares de llegada, son precarios, en condiciones sociales, políticas, económicas y culturales para acoger a los migrantes. El desarraigo no inicia y acaba por el hecho de no estar en casa, sino porque hay una ruptura de tejido social del ser y del estar en un territorio, es una pérdida de roles, de relaciones, en conclusión, es una pérdida de soporte social, incrementado por la ausencia de mecanismos de participación e inclusión en los lugares de llegada. La lucha de quien vive el desarraigo, va más allá, de la comida o del trabajo que van a desarrollar, se trata de preguntarse ¿quién soy en relación al territorio?
Nosotros como investigadores deberíamos retarnos a pensar en primer lugar, qué condiciones debería tener el país de origen para que las personas no se vieran forzadas a dejarlo, en segundo lugar, una vez no se ha podido evitar el desarraigo, qué debería ofrecer el país de destino, para que quienes migran, ejerzan su agencia. Lo cual, dice Marcela, desde su experiencia en México, alrededor de los migrantes guatemltecos, son sistemas de apoyo que generen bienestar psicosocial, los cuales deben ser construidos contextualmente, sin olvidar, que, sumado a todo el proceso tedioso del migrante, también debe afrontar ser categorizado y que eso obstaculice o “facilite” su proceso, por ejemplo, ser refugiado o no. Ya que, el estatus jurídico, determina como ser procesado administrativamente el caso del migrante y a qué programas puede acceder, es decir, la forma en que el país de acogida reconoce al otro marca la diferencia en la experiencia del migrante.
Siendo ya la discusión provocativa, Margarita, invita a interpretar críticamente las políticas públicas que determinan lo anteriormente mencionado por Marcela, pues no sólo gestionan la migración sino también enuncian y construyen un sujeto. Por ejemplo, la ley de reparación de victimas de nuestro país, limita quienes son las víctimas y la forma en que deberían ser reparadas. Para el caso particular de los migrantes internacionales, no los reconoce como víctimas y tampoco los redistribuye. Como si el hecho de cruzar una frontera le haya restado sufrimiento, sacrificio o destrucción del tejido social, lo cual es consecuencia de entender nuestra ciudadanía ligada a una nacionalidad y no a otro tipo de elementos de carácter social.
También, se debe reconocer que las múltiples investigaciones que han orientado dichas políticas o incluso los escasos sistemas de apoyo al migrante, tienen notoriamente un enfoque economicista. Reduciendo el universo social del migrante a solo un oficio y las remesas que puede generar para el país de origen. En otras palabras, el migrante ha sido una cifra más que se ha quedado en el papel sin trascender en lo realmente importante, su sentir y lo que su experiencia nos puede decir sobre nuestro país. Pues el migrante, aun al otro lado del mundo, sigue manteniendo relaciones con su origen.
En conclusión, las políticas públicas que intentan gestionar la migración, crean un sujeto migrante determinado y por ende perpetúan el desarraigo, pues delimita quién es desarraigado y quienes aun siéndolo deberían vivir en negación. Por lo cual, la invitación es académica, pero sobretodo humana a entender las condiciones que producen el migrante que no tiene derecho ni a migrar, ni a quedarse incluso ni a retornar.
Y como si, dicha invitación ya no fuera lo suficientemente desafiante para nuestro semillero, Marcela, agrega que, deberíamos no sólo tomar en cuenta la experiencia negativa del migrante, sino la forma misma de hacer resistencia y ahí encontrar formas de acompañamiento a estos procesos, es decir, ser interpretes investigadores, sin excluir que los migrantes aun pese a todas las precariedades anteriormente mencionadas, ejercen su agencia. El verdadero reto está en entender éstas dinámicas y contribuir a reconstruir tejido social.
Cerramos, con una sonrisa, múltiples preguntas y la promesa de continuar indagando sobre el desarraigo desde diferentes enfoques que nos ayuden a entender la complejidad de fenómeno migratorio.
Angie Cepeda
Moly Lopez
Estudiantes de sociología - Pontificia Universidad Javeriana
Miembros activos del Semillero Desarraigo