03 Apr
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Fecha: 04 de abril de 2017

Ponentes:

Ana Camila Jaramillo: Cineasta y estudiante de sociología. Investigadora interesada en el arte como expresión de los problemas sociales.

Ernesto “Teto” Ocampo: Músico del Musicians Institute de Hollywood, L.A. Director de la agrupación Mucho Indio, música ancestral.

Laura Cadena: Fotógrafa documental, especializada en dirección de arte para cine y TV. Gestora de proyectos artísticos comunitarios. Directora General en PRAXIS.

A las 6:15 de la tarde empezó el tercer conversatorio del semillero Desarraigo y Justicia Social en Colombia y Latinoamérica. El auditorio estaba lleno de rostros y sonrisas distintas, todos reunidos para hablar y compartir entorno al arte y a sus posibilidades de narrar el desarraigo. El conversatorio se desarrolló de la siguiente manera: inicialmente se realizó la presentación de la muestra artística de cada ponente y finalizada ésta, su respectivo autor dio una breves palabras en torno al proceso creativo. Posteriormente, en una segunda ronda, cada ponente profundizó en su muestra artística y en la forma en la que ellos entienden el desarraigo desde su experiencia. Después, el profesor del semillero, Edson Louidor, recogió lo dicho por los ponentes y enriqueció el conversatorio contando sobre su propia manera de entender el desarraigo. Finalizada su intervención se dio paso a las valiosas preguntas, comentarios y aportes del público participante.

En cuanto a la presentación de los potentes ambas rondas son sintetizadas en un solo bloque y expuestas en el orden cronológico en el que cada uno de los participantes habló. En primer lugar, se proyectaron dos cortometrajes de la cineasta y estudiante de sociología Ana Camila Jaramillo llamados: “GTTC Relatos de la lucha por el territorio” y “Arte, Memoria y Resiliencia”. Ambos cortometrajes son recopilación de expresiones artísticas de la comunidad.

Ella manifestó que en el primer cortometraje: “Relatos de lucha por el territorio”, se representan los elementos significativos para las comunidades, sus necesidades y sus luchas. Este video da cuenta de la insuficiencia del discurso jurídico que tanto afecta al país, más concretamente a comunidades como la de los habitantes del alto Sinú y San Jorge a quienes se les arrebataron los sueños de legalizar y titular su patrimonio debido a la fuerte corrupción y lucha que hay entorno a las tierras campesinas ya sea por parte del Estado o como ocurría en la época de los 60s, el furor del paramilitarismo y su constante violencia perpetuada contra gente inocente. Siendo así, el cortometraje encarna la situación de muchos habitantes de territorio rural en Colombia, quienes han tenido que abandonar sus tierras a causa del terrorismo y la violencia que permeaba en los sitios con menor presencia estatal. Su añorado sueño de legalizar y tener un documento que certificara su propiedad, fue derrumbado por la expulsión y expropiación de agentes de violencia por medio de masacres que generaban miedo y abandono entre los habitantes. Una vez retornan al que antes era llamado “su territorio”, coinciden en tener sentimientos encontrados de añoranza, frustración y miedo pues un sólo sitio, que en algún momento les generó felicidad por la riqueza de suelos y la felicidad que vivían, terminó siendo el escenario en donde varios perdieron la vida y los alejaron de un ideal, vulnerando sus derechos y anulando su futuro. Por esta razón es interesante ver como el desarraigo puede generar tanto dolor.

Lo característico del segundo vídeo “Arte, Memoria y Resiliencia” es que se narran las diversas expresiones artísticas de las víctimas como un intento por recuperar sus tradiciones, en este intento, el arte ocupa los lugares de la violencia, volviéndose así un proyecto de vida que sana heridas y reconstruye tejidos sociales. Como es el caso de los habitantes de Turbo, Antioquía quienes a pesar de haber tenido una fuerte influencia de la violencia en su región, hoy en día el organismo sujeto de reparación colectiva ofrece herramientas que permiten reconstruir el tejido social de dicho corregimiento enseñándole a la población joven la historia que les atañe y empoderando a la población mayor para de esta forma resignificar su pasado y recordarlo sin dolor. El arte ha sido el vehículo principal para promover esta reconstrucción de tejido. De igual forma los habitantes de la comunidad de Libre, Sucre hacen uso de la misma para enriquecer su cultura y enaltecer sus raíces a partir de la afro-música y otros géneros propios de la región. De esta manera consiguen reafirmar su papel de “supervivientes”, liberándose  y dejando atrás la figura de víctimas que por tanto tiempo los rotuló. En relación al desarraigo, el cual ella entiende como la pérdida de sentido en torno al cuerpo y al territorio, el arte representa una posibilidad que no sólo narra sino reconstruye, reconoce y permite recobrar el sentido. Al mismo tiempo que tiene el poder de evocar sentimientos y pensamientos en otros, por ende, también tiene el poder de “Hacer de la experiencia individual algo universal”.

En segundo lugar, Teto Ocampo inició su presentación tocando una canción llamada Tierra Negra con una flauta sharu, instrumento hecho de caña de origen ancestral arhuaco. Él señala que escogió esta canción debido a que cree firmemente que aunque los indígenas son comunidades que históricamente han vivido en un constante desarraigo, son personas que sobreviven y resisten con sus tradiciones, con el arte y con la música. Música sagrada, ancestral e indígena que, para él, es la raíz que necesita el país para volver a tener un arraigo, para recordar la identidad que se ha perdido a causa de violencia. En sus propias palabras “estamos desarraigados de la magia” y “debemos buscarla en nuestra cultura milenaria que no está en sitios comunes sino en la selva o la sierra”. Resaltó además que como investigadores y como personas debemos preguntarnos sobre la forma en que la violencia está arraigada en Colombia y en cómo desarraigarla, siendo el arte sin duda una herramienta para hacerlo.

En tercer lugar, se presentó el cortometraje en el que participó Laura Cadena llamado “Eu só quero brincar no Maracaná” que en español significa “Yo solo quiero jugar en el Maracaná”. El cortometraje narra las luchas en Río de Janeiro, Brasil de grupos indígenas que protestan y se resisten a desplazarse de su territorio ancestral, el cual quiere ser utilizado para actividades económicas de multinacionales y específicamente para la construcción de un estadio de fútbol al que llaman, con la palabra indígena, Maracaná.

Luego de la proyección, Laura expresó con voz firme y apasionada que ella estaba en el conversatorio en representación de muchas voces, siendo ella solo un camino para hacerlas circular y para hacerlas visibles. El cortometraje es un ejemplo de aquello, explicaba que ella fue el medio técnico del mismo pero fueron las comunidades las que contaron su historia, las que la hicieron posible. A esto Laura le llama soberanía audiovisual, en la cual los proyectos deben surgir desde abajo, es decir, desde quienes no han sido escuchados en sus necesidades y en sus historias. En este sentido, el arte debe ser una herramienta que sirva a las comunidades en sus procesos de resistencia. Para Laura algo fundamental es que no debe hablarse en nombre de las comunidades sino hacer posible que ellas hablen por sí mismas, puesto que son ellas las que más saben de sus problemas, de su historia y de su situación, y por tanto, deben tener la autonomía de representarse. Con esto, Laura no sólo realizó un llamado de atención a la forma de hacer arte, sino también de forma general a los investigadores humanos y de forma más específica a manera en que se construye el saber: “El occidental cree, por un lado, que va a enseñarle a las comunidades, y por otro, que va encontrar las respuestas, pero sale con más preguntas y dándose cuenta que no sabe un carajo”.

Después de las intervenciones de Ana Camila, Teto Ocampo y Laura, el profesor Edson recogió lo dicho y lo enriqueció con su propia experiencia. Para él la mejor definición de desarraigo es que el individuo es extranjero en su propia tierra, es excluido y marginalizado. Esta característica la comparten negros e indígenas, poblaciones con las que él ha trabajado. Con su trabajo en mente, rememora su experiencia con las comunidades de Buenaventura en el Pacífico colombiano, las cuales si bien ha sufrido mucho a causa de la violencia, no son pueblos tristes, más bien son pueblos que resisten y que “bailan el desarraigo”. Para Edson, el arte en las comunidades permite que la resistencia no sea plana sino que sea artística, convirtiéndose en todo un proceso y una forma de reconstrucción.

En este punto, Moly López, la moderadora del conversatorio, realizó la siguiente pregunta al público: ¿Qué papel podría jugar el arte para la paz, la reconciliación y la reconstrucción del tejido social? Las personas del público se mostraron inicialmente tímidas, sin embargo, transcurridos unos minutos empezaron a levantar sus manos en busca de ser escuchados, en este espacio surgieron múltiples comentarios y propuestas. Una voz se mostraba escéptica a los procesos de paz y la incidencia real del arte en la transformación de la violencia. Mientras otra se mostraba optimista expresando que el arte es un lenguaje común que nos permite producir nuevas formas de ser y hacer. Otra voz aportó con una propuesta concreta, decía que si bien según los acuerdos de paz se realizarian tres monumentos con las armas que entregaron los ex militantes de la guerrilla Farc- ep, uno en La Habana, Cuba; otro en Nueva York, Estados Unidos; y el último en Colombia; aún no se sabía cómo iban a ser estos. Su propuesta consistía en que en lugar de tres monumentos, se derritieran las armas y se sembrará este líquido de forma simbólica en los lugares donde la violencia tuvo mayor presencia, para luego, sembrar allí árboles representando esperanza y nueva vida.

La participación en este espacio de todos aquellos que levantaban sus manos no pudo concretarse  por motivos de tiempo. Sin embargo, como semillero estamos seguros de que espacios como este se deben seguir dando y así empezar a construir un verdadero diálogo nacional, en el cual surjan propuestas de paz, de resistencia, de reconciliación y de reconocimiento de los otros, para que en estas condiciones pueda darse por fin un re-arraigo, un país en el que los individuos disímiles puedan existir en el mismo lugar y al mismo tiempo, con sus sueños, sus historias, sus saberes y sus formas de encontrarse en sí mismos y su territorio.


Angie Cepeda y Marcela Duque

Estudiantes de psicología de la Pontificia Universidad Javeriana. 

Miembros activas del Semillero Desarraigo.

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